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“Vamos a Tabasco que Tabasco es un edén” dice la popular melodía de aquel Estado del sureste mexicano, rico en tradiciones cultura y gastronomía y siendo tan rico en esto último, en lugar de atiborrarme de panuchos o mariscos de agua dulce, se me ocurre meterme a tragar a un Kentucky fried chicken, desde el primer bocado presentí que el pollo estaba mal o que me haría daño, pero por pena o pendejismo no dije nada y me trague el combo sin chistar, el malestar estomacal inició esa misma noche en el autobús en que viajaba a la Ciudad de México, sin embargo no pasó a mayores, pero en el trayecto de la capital del País a la Ciudad de Morelia las náuseas y dolor de estómago hicieron del viaje todo un calvario, para cuando finalmente llegue a mi casa los retorcijones eran insoportables y el vómito inevitable, ¡sabía que era el pollo! me decía y reprochaba el habérmelo tragado a pesar del presentimiento, pero lo hecho hecho estaba, así que en mi desesperación compré un frasco de aceite de resino que trague con desesperación y…en menos de diez minutos el remedio hizo reacción, corrí al baño a toda prisa donde después de expulsar lo que inocentemente creí que era “todo” me invadió una sensación de alivio, ¡listo para otro pollito!, decía mientras reía, pero maldita sea, a los cinco minutos ahí voy otra vez a la taza del baño y así, una y otra y otra y otra vez, durante cuatro días (con sus noches), pero ahí no terminó el suplicio, pues a la madre de mis hijas que andaba de argüendera en una organización política, se le ocurre asistir a un evento familiar que se efectuó en el Palacio Municipal de la Ciudad de la Cantera Rosa (Morelia pues), obviamente por el intenso dolor de (ahí por donde sale la comida digerida) me negué a acompañarlas, además la diarrea aun no cedía, entonces vinieron los clásicos reclamos de nunca quieres ir, siempre vamos solas, parece que mis hijas no tienen padre y…bueno lo que menos quería era tener una pelea que de antemano sabia nunca iba a ganar, así que armándome de valor y de un rollo de papel higiénico cedi a la “amable” petición, el trayecto fue normal, nada fuera de lugar, ningún síntoma o malestar e incluso en el lugar me sentía a todo dar, entonces el evento comenzó, al igual que el retorcijón que me avisaba que el descanso había terminado y necesitaba un sanitario, hijas tengo que ir al baño, le decía con desesperación a mis asustadas niñas que solidarias me condujeron a la planta superior del edificio, donde para variar el destino me tenía preparada otra sorpresa ¡FUERA DE SERVICIO! se leía en el cartel de acceso a los sanitarios para hombres; para ese momento era casi inminente que me zurrara en los calzones, sin embargo me di cuenta que los baños para mujeres si estaban habilitados, así que le pedí a una de mis hijas que se metiera solo para cerciorarse que no había nadie adentro y entonces finalmente pude desahogar la furia, sacar el fua, descansar el intestino, pude, bueno ustedes entienden a qué me refiero…esa sensación que te provoca el más placentero escalofrío, ese momento donde meditas y disfrutas como nunca la soledad…pero no estaba solo, ni en el baño de hombres y eso me lo restregó en los oídos un par de voces femeninas que justo en ese momento entraron al sanitario no a hacer sus necesidades, sino a platicar de la telenovela que se chutaban todos los días; los nervios que me invadieron se vieron reflejados en las estruendosas flatulencias e inevitables pujidos que irremediablemente llamaron la atención de las recién llegadas que sin inmutarse le preguntaban a mis hijas si se trataba de su mamá; si, es mi mama, respondían con inocencia, pobre señora se escucha que está bien mal, recalcaban mientras recomendaban un té de manzanilla para asentar el estómago, durante su “interesante” conversación me enteré que eran las empleadas de mantenimiento del lugar y de paso le externaron a mi hijas que solo esperaban a que su “mamá” saliera del baño porque los tenían que cerrar…y entonces como dijo Peña Nieto, aquí es donde yo les pregunto, ¿y ustedes que hubieran hecho?, yo ya había perdido el pudor, así que abandone el sanitario y me dirigí a toda prisa a la salida escoltado por mis tres apenadas pero aguerridas hijas que para variar nunca olvidaron ese día y por lo que veo no lo harán. Lo crean o no desde ese día evito pasar por ese lugar, pues cada que lo hago el recuerdo me invade, me angustio, me pongo nervioso y me dan ganas de…zurrar.
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