TAREA DEL LUNES
La vida, en su sabiduría silenciosa, no nos da siempre lo que queremos, pero sí lo que necesitamos para crecer. Cada prueba que se cruza en nuestro camino, por difícil o dolorosa que parezca, es también una oportunidad disfrazada. No llega para vencernos, sino para mostrarnos de qué estamos hechos.
Día con día, la vida nos prueba de distintas formas. A veces con pérdidas, otras con obstáculos, con incertidumbre o con silencios. Y aunque en el momento puede parecer que todo conspira en contra, con el tiempo descubrimos que esas pruebas eran en realidad puertas: al autoconocimiento, a la fuerza interior, a una nueva visión de nosotros mismos.
Desde una mirada filosófica, estas pruebas no son castigos, son ejercicios del alma. Como el fuego templa el metal, así las dificultades pulen nuestra esencia. Nos obligan a detenernos, a preguntarnos, a desapegarnos, a elegir con más conciencia.
La resiliencia, que ocupa un papel preponderante en las difíciles pruebas de la vida, no es solo la capacidad de resistir, sino de transformar el dolor en aprendizaje, el miedo en coraje, la caída en impulso. Es el arte de levantarse una y otra vez, con más sabiduría, con más humildad, y con la firme intención de seguir caminando.
Al final, las pruebas no definen quiénes somos, pero sí revelan quiénes podemos llegar a ser. Y si somos capaces de mirarlas con gratitud —aun en medio del llanto— veremos que cada una de ellas llevaba una semilla de luz.
La vida no quiere derribarnos, quiere despertarnos.
Y cada prueba es un llamado a recordar nuestra grandeza.
Bendecido lunes.
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