TAREA DEL MIÉRCOLES.
La época en que vivimos no es solo un marco temporal: es un espejo que nos invita a mirarnos y a reconocer quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes estamos llamados a ser. Cada uno de nosotros nació dentro de un conjunto de reglas, herramientas y ritmos que nos parecían naturales, hasta que el tiempo, silencioso y firme, empezó a transformarlos.
Quienes crecimos viendo la televisión en blanco y negro, enviando cartas escritas a mano o memorizando números telefónicos, no solo conocimos formas distintas de comunicarnos: también vivimos una manera diferente de relacionarnos con la paciencia, con la espera, con quienes amamos. Aquellas prácticas hoy parecen lejanas, pero fueron parte esencial de nuestro modo de sentir, de pensar y de estar presentes.
Y, sin embargo, la esencia permanece: la vida es movimiento. Las reglas cambian, los dispositivos evolucionan, las habilidades se transforman, pero nosotros, en lo más profundo, seguimos buscando lo mismo: conexión, comprensión, sentido.
No se trata de decidir qué época fue mejor. Cada una trae su propio lenguaje, sus desafíos y sus regalos. Lo que antes requería tiempo hoy requiere inmediatez; lo que antes exigía memoria hoy exige flexibilidad; lo que antes implicaba un viaje físico hoy ocurre con un clic. No es pérdida ni ganancia absoluta: es tránsito, es adaptación.
La clave está en reconocer que cada época nos invita a aprender algo distinto. Nos enseña a soltar y a tomar, a despedirnos de hábitos que amamos y a abrirnos a nuevas formas de vivir. En ese proceso, lo verdaderamente valioso es mantener nuestra capacidad de asombro, nuestra disposición a cambiar sin perder la raíz y la habilidad de recordar de dónde venimos para comprender mejor hacia dónde vamos.
La vida, al final, es un breve recorrido. Lo más sabio que podemos hacer es atravesarlo con gratitud por los tiempos que nos formaron, con apertura hacia los tiempos que nos tocan y con la conciencia de que cada época, con sus luces y sus sombras, nos ofrece la misma oportunidad esencial: vivir plenamente el presente que tenemos entre las manos.
